Otra vez en la nocturnidad de mi cuarto escribo palabras, tildadas con lágrimas. Otra vez el llanto acude, irremediablemente muero un poco más esta madrugada y no puedo hacer nada por evitarlo.
Vivo en una crisálida, estoy creciendo y esto me duele, no me pinches, no me pinches que estoy creciendo.
En este preciso instante, en la evolución de mi ser, en la transformación de mí misma de niña a libélula estoy frágil y cualquier cosa puede matarme. Quizás por eso ahora me doléis tanto. Quizás por eso ahora estoy más herida que nunca por vosotros, por mí...
Y se me agotan los versos en seguida, mis versos bastardos de madre lunática y padre perdido.
¿Quién quiere adoptar mis versos?
Nadie responde.
Nadie habla en la oscuridad de una noche más sin luna y sin alma.
Nadie me abraza cuando el frío acucia y yo muero y me mato y cuelgo mis dedos como un castigo por los pecados que no he podido cometer.
Maldita sea la Soledad, la Melancolía y la Nostalgia, maldita la Vida que me mata, maldita la Muerte que no llega ni alcanza, y maldita yo, que ni vivo, ni muero, ni escribo, ni crezco y por no ser ni soy yo, ni un suspiro, ni arena, ni llama, ni lágrima, ni esencia misma de latido inquieto.
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