Entrar en el bar y sentirse al momento deseada. Ver cómo recorren la mirada por tus piernas, que no son tan largas, y te llegan al culo, a la cintura, los senos firmes con un escote lo suficientemente amplio para despertar el deseo, lo suficientemente recatado para no mostrar más de lo debido, para insinuar sólo con una pequeña parte. Y por último los labios, rojos, muy rojos, cruzados por un aro negro, los ojos pintados, el pelo largo cayendo como una cascada ensortijada por la espalda.
Y ver cómo todas esas miradas se clavan, te recorren como mareas, intuir sus pensamientos, escuchar sus palabras de halago, sonreír, sonreír con esa sonrisa que a todos encanta, pensarse sirena, sentirse sirena, convertirse en sirena... y volver a casa sola porque prefieres jugar con tus propias mareas a que cualquier marinero arribe a tus playas.
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